Una buena salsa holandesa eleva cualquier plato a otro nivel. Piensa en unos huevos escalfados perfectos, espárragos o un buen trozo de pescado. El secreto está en la temperatura y en la paciencia con la que añades la mantequilla. En tu sartén de acero inoxidable mantienes el control, de modo que la mezcla alcance justo la consistencia adecuada y obtenga esa textura suave y sedosa.
Ingredientes para la salsa holandesa

500 g de mantequilla sin sal | 4 huevos | 2 cdtas de zumo de limón | 4 cdtas de vinagre de vino blanco | 4 cda de agua | Sal y pimienta | 2 ramitas de perejil
Derrite la mantequilla en un pequeño cacerola a fuego lento, sin dejar que se dore. Llena una olla con una fina capa de agua y llévala a ebullición suave. Separa los huevos y bate las yemas con el zumo de limón, el vinagre y el agua en un bol resistente al calor. Coloca el bol sobre la olla (al baño maría), sin que toque el agua, y sigue batiendo hasta obtener una base espesa y aireada.
Retira el bol del fuego y añade la mantequilla derretida muy poco a poco, en hilo fino, mientras sigues batiendo. Asegúrate de que la mantequilla y las yemas tengan una temperatura similar para evitar que la salsa se corte. Si lo deseas, usa un termómetro: 65°C es la temperatura ideal.
Sazona la salsa con sal y pimienta y añade un poco de perejil finamente picado. Sirve de inmediato para que la salsa se mantenga caliente y cremosa.
Vierte la salsa holandesa sobre tu plato y disfruta de ese sabor suave y lleno que hace tan especial a este clásico.











